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LA RETÓRICA Y LA CREACIÓN DE TEXTOS

Para la creación retórica de discursos y para la creación de un texto en general, ya sea literario o pragmático, hay que seguir determinado proceso que se encargó de estudiar la Retórica desde los tiempos de Gorgias. Dicho proceso consta de cinco fases, según canonizó Cicerón: Inventio o invención, Dispositio u ordenamiento, Elocutio u ornato, Memoria y Actio u acción. Los tres primeros son fundamentales, los dos posteriores son de índole pragmática, cuando el discurso se pronuncia.

Elaborar un discurso es como construir una casa; hacen falta los materiales (inventio), después un plano para saber donde ponerlos y cómo unirlos (dispositio) y luego hay que hacerla habitable, cómoda y agradable, enluciéndola, amueblándola y adornándola (elocutio). La memoria nos sirve para recordar el discurso preparado sin leerlo y la actio nos aconseja qué hacer y qué comportamiento adoptar mientras lo decimos, así como la adaptación del discurso según la disposición del auditorio que tengamos, los hechos recientes que hayan moldeado al público y la hora y el sitio en que lo pronunciemos.

La inventio o heuresis trata sobre qué decir: se encarga de encontrar los materiales que vamos a usar después. Y en primer lugar hay que tener presente

Definición: género y puntos de vista.
División: todo y partes, tema y subtemas
Comparación: similaridad y diferencias, grado
Relaciones: causa y efecto, antecedentes y consecuencias, contrarios y contradicciones.
Circunstancias: posibles e imposibles, hechos pasados, hechos futuros
Testimonios: autoridades, testigos, máximas y proverbios, rumores, juramentos, documentos, leyes, precedentes, hechos sobrenaturales…
Motivaciones. En el género judicial, lo justo y lo injusto; en el deliberativo, lo ventajoso y lo desventajoso, lo bueno y lo malo; en el epidíctico, lo virtuoso o noble y lo vicioso o bajo.

La dispositio o taxis. A esta fase le atañe el orden expositivo de los episodios del discurso, además de cómo estos habrán de articularse en orden a su eficacia.
Usualmente la dispositio articula el discurso en cuatro partes: el exordio, donde tiene lugar la captatio benevolentiae o captura del interés y afecto del público: es la introducción del discurso, donde se intenta interesar al público; la narratio, o relato expositivo de los temas previstos; la confirmatio, o valoración de los argumentos; y la peroratio, el epílogo, donde se concluye el discurso y se dispone al auditorio para el fin previsto.
El orden más apropiado para exponer los argumentos puede ser muy variable en función de nuestros intereses: el cronológico u ordo naturalis y el pragmático u ordo artificialis o artificiosus son las distribuciones principales.
El ordo naturalis suele adoptar la división en cuatro partes ya expuesta. El orden artificial puede adoptar múltiples formas: in medias res, nestoriano, topográfico, aleatorio, convencional (alfabético u otro), mnemotécnico, lógico o causal, graduado o gradativo (de prioridades, usado en el periodismo para la redacción de noticias); de importancia; de preferencias; de complejidad progresiva, usado en el discurso didáctico; de background progresivo o retroalimentado y autorreflexivo, también en el discurso didáctico; de impacto psicológico (si es descendente, disfémico, si es ascendente, eufemístico); de familiaridad —más a menos—; egocéntrico —de lo más querido al receptor a lo que menos)...
Para realizar tal ordenamiento hay que tasar o realizar una valoración de los argumentos y buscar asimismo contraargumentos para las razones que se nos vayan a oponer. Esta valoración nos indica asimismo qué argumentos hay que estirar o desarrollar, porque constituyen el punto fuerte de la argumentación, y cuáles debemos omitir, porque constituyen argumentos que ya utilizará el oponente.
El orden creciente empieza con los argumentos más débiles y termina con los más fuertes, pero es un orden peligroso porque el orador corre el albur de disponer desfavorablemente al público desde el principio. El decreciente es inverso y su problema consiste en que sólo permanecen en la memoria activa los últimos argumentos escuchados, por lo que terminar un discurso con las pruebas más débiles produce una impresión desfavorable. Por eso el orden más socorrido es el orden homérico o nestoriano: como la tropa de Néstor en la Iliada, hay que poner lo más débil en el centro, y al principio y sobre todo al final lo más fuerte.

La elocutio o lexis adorna el lenguaje para seducir al auditorio y busca ejemplos que puedan deslizar su opinión a nuestra conveniencia mediante el placer que produce la forma sensible y elegante. Para ello es muy importante el lenguaje que habrá de emplearse en la exposición. Para expresarse adecuadamente, el orador se sirve de una multitud de recursos, y entre estos las figuras retóricas, las cuales integran los varios modos de expresión que, apartándose de otros más ordinarios o sencillos, conceden al discurso un singular aspecto, según el propósito del mismo. Se entienden dos categorías de figuras: las figuras de dicción, o metaplasmos, las cuales se caracterizan por la alteración de la composición estructural de los vocablos, mediante la excepción, adición o transposición de sus letras constituyentes; y las figuras de construcción, las cuales conciernen a los varios modos de disposición sintáctica, donde se transgreden las formas regulares de la misma. Otro modo de alteración de las palabras se realiza mediante los recursos denominados tropos, el cual adjudica a la palabra un sentido distinto del cual le corresponde naturalmente, aunque no se desliga por completo del significado primitivo.

La actio o hipócrisis instruye sobre las diferentes entonaciones para pronunciar el discurso, así como los gestos adecuados para acompañarlo y la apariencia propicia para conseguir el propósito.

La memoria o mneme sirve para recordar los distintos elementos del discurso en un orden específico.

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RETÓRICA

Originalmente es el estudio de la presentación persuasiva de los argumentos, en la actualidad es el uso adecuado del lenguaje para convencer e inducir a los demás. Es sinónimo de elocuencia y ha sido utilizada por la propaganda, la publicidad, los periódicos, la televisión, los libros, los políticos, etc. para motivar a la población a adoptar determinados puntos de vista y comportamientos específicos.

La retórica trata de dar apariencia de verdad a lo que no necesariamente lo es . Sus elementos centrales son la metáfora, la analogía y los eufemismos, la modulación de voz, los gestos y ademanes para reforzar los mensajes verbales, el juego entre dos significados muy diferentes de palabras o frases empleadas, y la confusión de suposiciones básicas.

En la política, la retórica puede presentar dos sentidos, uno positivo y otro negativo. En el primero, la retórica es el arte de hablar bien, con elegancia y persuasión. En el segundo, la retórica es un discurso exagerado y poco sustancial estructurado por frases vacías, y aunque posea un estilo de persuasión emotivo se considera cínico, decadente y poco sincero; la retórica se caracteriza por la abundancia de palabras, por el predominio de la emoción más que la razón, por la transmisión de mentiras más que de verdades, muy a menudo se dice que la retórica hace acto de presencia cuando es repetitivo en lo que los partidarios ya sabían y en lo que los enemigos ya saben y no quieren oír. Aquí la retórica está más cercana a la manipulación, en donde los intereses de la audiencia son desplazados por los propósitos siniestros del orador.

En realidad, toda comunicación política tiene algún contenido retórico y los ciudadanos son receptores entusiastas pero conscientes de estos estímulos retóricos, como puede observarse en los mítines y convenciones de los partidos. El uso de la retórica forma parte necesaria del vínculo que se establece entre el orador y el público.

Además, muchos productos culturales poseen grandes ingredientes retóricos. Así, la publicidad, la propaganda, las relaciones públicas, los encabezados de los periódicos, la televisión, los libros, las comunicados gubernamentales, los discursos políticos, emplean recursos retóricos para estimular la aceptación de las ideas que expresan. Inclusive se ha dicho que la función de la prensa popular es traducir la realidad en retórica; la frase "retórica de números" fue usada por Itzhak Roeh y Saul Feldman para describir cómo la prensa popular usa números y cantidades de manera retórica y no tanto para mostrar hechos reales.

En la antigüedad la retórica formó parte importante del estudio de la política. Los filósofos griegos llamados sofistas en el siglo V antes de Cristo, decían que en la política el triunfo se lograba con una buena oratoria más que con la verdad; en esa época el conocimiento no podía verificarse y por lo tanto, tenía más valor que lo expresado fuera verosímil y convincente, que verdadero. Sócrates señaló que los sofistas "hacían parecer más fuerte la razón más débil". Platón y Corax de Siracusa definieron a la retórica como el arte del bien decir. Para Aristóteles la retórica era el arte de la persuasión, y para Cicerón, Horacio y Quintiliano la retórica fue una reglamentación de la oratoria.

Para Kautilya, contemporáneo hindú de Platón, la retórica era el arte de usar las palabras para engañar, de modo que escribió acerca de formas de sembrar el miedo, la discordia y la confusión en los contrarios.

En la Edad Media, la retórica se convirtió en una rama formal de la enseñanza y era parte de las siete artes o ciencias liberales junto con la gramática, la dialéctica, la aritmética, la geometría, la astrología y la música. Hasta el siglo XVII fue una de las disciplinas centrales en la universidades europeas, al lado de la teología, la moral, las ciencias naturales y el derecho, pero más tarde, cuando los métodos empíricos y positivistas de investigación cobraron mayor trascendencia, la oratoria perdió importancia, se le percibió como innecesaria y como una forma engañosa y corrupta del lenguaje.

El estructuralismo fue uno de los primeros enfoques que empezó a darle un tratamiento científico a la retórica ya que descubrió que mucho de lo que la gente sabe y experimenta se estructura por los sistemas de signos que la rodean y que percibe. El interés por la retórica como mecanismo de aprendizaje exige dar atención al sistema mismo de signos (verbales o visuales) y concentrarse en los recursos y estrategias que operan en los textos mismos. La retórica proporciona un conjunto de términos y clasificaciones elaborado y bien establecido que puede servir para comprobar cómo se forman significados con referencia a discursos reales.

La ciencia política moderna la confinó al terreno de la psicología política y hasta hace poco, la retórica ha recobrado su interés por medio del análisis del discurso ideológico, del papel de la propaganda política y de los efectos políticos de los medios de comunicación de masas.

Hoy la retórica renacida como persuasión recobra su importancia en la medida que la palabra hablada y escrita sigue siendo el arma principal de la lucha política, especialmente durante las elecciones.